ENRIQUE TIERNO GALVÁN, según un discípulo.
En el otoño de 1992 se celebró en Pozuelo de Alarcón, cerca de Madrid, un Seminario organizado por el Instituto "Fe y Secularidad" de la Universidad de Comillas, que ofreció un encuentro entre el teólogo Raimundo Panikkar y el filósofo Antonio García Santesmases, teniendo como tema la existencia de Dios, punto de convergencia de ambas intervenciones, pero con ángulos diametralmente opuestos, como quedó demostrado por los títulos de las conferencias de uno y otro: el teólogo, sobre "La agnosía de un creyente", y el filósofo, sobre "Las creencias de un agnóstico".
Raimundo Panikkar, al acentuar la penúltima sílaba y deshacer el diptongo de la palabra neurológica agnosia, la transformó en agnosía, introduciendo así un concepto que relacionó con defectos de comprensión y con dudas y vacilaciones en la fe de los creyentes, que pueden ir desde la docta ignorancia del que no pretende saber más de lo que sabe hasta la autolimitación del conocimiento del que sabe que todo saber está impregnado de no saber.
Antonio García Santesmases, aun sin haber acuñado ninguna palabra nueva, hizo comprender a la concurrencia la dificultad de encontrar algunas creencias entre los agnósticos, utilizando la figura de Tierno Galván como un modelo de ellos. Conforme fue transcurriendo su disertación, volvieron a mi cabeza muchos momentos compartidos con el Profesor D. Enrique Tierno Galván tanto en Madrid como en Alicante: desde el Sr. Tierno como uno de mis profesores de bachillerato, hasta el D. Enrique cuando hablaba con él personalmente, pasando por el Viejo Profesor del Partido Socialista Popular (PSP) o simplemente el Profesor en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Hoy, cuando se cumple el XX Aniversario de su muerte, no puedo resistirme a describir algunos recuerdos, aunque sólo sea por simples razones de afinidad.
Santesmases recordó que el agnosticismo del Sr. Tierno Galván, como éste mismo lo expresara en el libro "Qué es ser agnóstico" que él escribió, no era beligerante contra la fe religiosa, por lo que esa característica de transigencia y de humildad, que tanta gente atraía hacia él, confundía a muchos creyentes, haciéndoles pensar que era debida realmente a ciertas creencias que él íntimamente poseía, pues, según ellos, no podía ser de otra forma, ya que presumía de tener un crucifijo en su mesa de trabajo y de repetir que "Dios no abandona a los buenos marxistas", refiriéndose a sí mismo.
Durante la presentación del PSP en las primeras elecciones generales de la democracia, cuando el Viejo Profesor hizo la defensa del marxismo, la gran mayoría de sus votantes no quisieron ver en sus palabras el profundo sentido revolucionario que tenían y sí la dignidad, la rectitud e incluso la beatitud del que las decía, que actuaba como una noble guía de idealistas y como una referencia ética del socialismo. Por eso no podía bajar de sus posiciones utópicas y humanistas e integrarse en aquella avalancha electoralista de nuevos y viejos políticos que aseguraban tener la panacea para todos los males. Sin dejar de ofrecer soluciones y esperanzas, solicitaba primero inquietudes y el necesario sacrificio; haciendo ver un futuro ilusionado, pedía antes esfuerzo y constancia en el quehacer cotidiano de cada uno. Era un ofrecimiento de una nueva forma de sangre, sudor y lágrimas. El resultado fue un humilde medio millón de votos.
Mientras el Viejo Profesor seguía defendiendo la utopía como "un futuro que es real y que existe al menos en la realidad de la razón", una profunda honradez adornaba todos sus dichos y sus actos; pero no hacía gala de ello, pues creía que era intrínseco en todo buen socialista por estar en la propia esencia del socialismo. Con tal forma de pensar no era cándido preguntarle en una de sus visitas a Alicante: "Don Enrique: si tan perfecto es el socialismo, ¿cómo es posible que pueda fracasar alguna vez? Su respuesta fue entristecida y clara: "Sólo puede suceder esto a través de la corrupción, que es posible también en sistemas democráticos donde las responsabilidades políticas y económicas están compartidas y descentralizadas".
El Profesor Tierno tenía, sin embargo, ciertas ideas que parecían ser contradictorias, aun siendo radicales y tener el mismo origen. Por otra parte esa era la regla en él, pues intentaba hacer política sin olvidar la ética y la utopía y profundizando en la raíz de las cosas. En la cuestión de la entrada de España en la OTAN, al margen de su total oposición, el Profesor esgrimía un concepto que podía parecer una contradicción, al relacionar este problema con el golpismo militarista español, pensando que una de las medidas para acabar con éste cuanto antes era "la máxima profesionalización del ejército y su entrada en estructuras militares supranacionales a nivel europeo o incluso superior, si las hubiere".
Al celebrarse el XXVII Congreso del PSOE, unificado ya con el PSP, cuando se produjo su crisis interna por el abandono del marxismo como un referente del socialismo español y por el triunfo de la ponencia política del sector crítico, que tuvo como consecuencia la ausencia temporal de su primer secretario, Felipe González, el Profesor fue reclamado con toda urgencia para que fuera al congreso socialista y se hiciera cargo del partido. Se negó a ello, acompañando tal negativa con múltiples argumentos, pero sólo uno claro y tajante, expresado en la intimidad, merecida respuesta a mi insistencia: "Ruiz: ¿qué quieres?, ¿qué nos saquen los tanques a la calle?". Cosa que ocurrió, aun sin él, poco tiempo después.
Cuando era alcalde de Madrid, Enrique Tierno (ET) estimuló los goces de las gentes de buena voluntad y buenos modales a través de la recuperación de la moral y de los sentimientos culturales de los ciudadanos. Por ello, con sus afamados “bandos municipales”, tal vez pensando en su concepto de la finitud, quería conseguir el máximo de felicidad para su ciudad, haciendo ver a los recelosos ciudadanos, como rememoró Santesmases, que "la única alternativa del mundo era el propio mundo", pero que "la buena educación cura muy bien la angustia de la finitud".
Antonio García Santesmases nos hizo comprender que el Viejo Profesor era consecuente con su agnosticismo y que no tenía la agnosía del creyente, sino las creencias de un agnóstico. Una de ellas, la más importante de todas: creer que el comportamiento moral, hacendoso y caritativo, del que él daba ejemplo cotidiano, tenía que hacerse desde la creencia que la gloria era ese principio por sí mismo y no desde la posibilidad de una buena recompensa en una segunda vida eterna. Había que tener el coraje, que él enseñaba con su propia vida y que su forma de morir demostró, de no creer en Dios, de no esperar recompensa alguna y, sin embargo, hacer cosas con diligencia, con justicia y con equidad. A pesar de todo, costaba trabajo entonces, y todavía le cuesta a mucha gente, creer que tantas convicciones de tan profundo sentido ético venían de un agnóstico y muy pocos creyeron que el Profesor pudiera negar la existencia de Dios y con Francisco Umbral nadie dudó, cuando murió, que ..."y Tierno Galván ascendió a los cielos".
Estos son algunos de los recuerdos evocados en mi memoria por mi estancia en aquel symposium, que sigo teniendo presentes con admiración y devoción. Por ello me he permitido hacer, en homenaje al XX Aniversario de Su Muerte, esta íntima reflexión, esta modesta semblanza, que debería haber titulado: "Enrique Tierno Galván, según San.....tesmases".
Publicado en el periódico "Información" de Alicante, pág. 23, 19 de enero de 2006