Crisis es una palabra de uso eminentemente médico, que se utiliza cuando en una enfermedad se produce un agravamiento súbito. El enfermo ha entrado en crisis, de la que puede salir totalmente curado, presentar secuelas permanentes o también morir, pero todo ello se da en muy poco tiempo, sólo en horas o en algún día. Una persona sana no entra en crisis. Si es receptora de una enfermedad se dice que ha enfermado, se ha convertido en un enfermo. Sólo éste puede tener una crisis porque para entrar en crisis hay que tener previamente una enfermedad.
El paralelismo entre lo dicho y los avatares de la economía es tan evidente que no es extraño que los economicistas adopten el término médico de crisis para ayudarle en sus explicaciones. A igual que en Medicina que a la crisis se le da el nombre que produce la causa, las crisis económicas también se apellidan: las crisis del petróleo, por ejemplo. Sin embargo, esta crisis que llevamos sufriendo más de 6 años no tiene nombre actualmente, aunque al principio pudo llamarse “crisis de las hipotecas inmobiliarias en EE UU”. Aquella crisis desencadenó una serie de desastres económicos, es decir, secuelas o lesiones crónicas, si seguimos los términos médicos, o deterioros permanentes en lenguaje economicista. Poco tiempo después dejó de llamarse “de las hipotecas” para convertirse simplemente en “crisis”, que se instaura indudablemente sobre una economía enferma, pero cuya duración no justifica en absoluto seguir usando esa palabra.
Al principio de esta mal llamada “crisis”, cuando posiblemente ya empezaron a producirse secuelas de ella misma, los gobiernos, el español uno de los primeros, tomaron medidas para salir de ella que deben ser consideradas como coyunturales, ya que se pensaba que, una vez superada la crisis, se revertirían a su estado inicial. Como aquellas acciones económicas no fueron suficientes se acusó a los gobernantes de ser incapaces de gestionarla, no de acabar con ella, frase absolutamente inapropiada, pues la única manera de gestionar bien una crisis es terminar con ella sin que la enferma economía muera o salga con secuelas. Algún tiempo más tarde, las medidas para salir de la crisis ya no eran coyunturales, fueron y están siendo estructurales. Y se ha hecho la peor: el tope al gasto público se ha convertido en ley constitucional. Todo ello porque tenemos que pagar nuestras deudas a los llamados “mercados financieros”, pero no tenemos ni dinero ni ahorros ni trabajo, por lo que somos cada vez más pobres. Y esto es precisamente lo que esta ocurriendo en la actualidad: ya no debemos usar la palabra crisis, sino el término “empobrecimiento”, porque los pobres están aumentando en el mundo, distanciándose cada vez más de los ricos, haciendo que sea verdad, una vez más, que la división de la humanidad no es entre blancos y negros o entre moros y cristianos, sino entre pobres y ricos.
Los mercados financieros reciben ese nombre porque en realidad son mercados y son financieros, es decir, que financian, que fían. Son unos lugares donde, parecido a los mercados de abastos que venden carne, pescado, verduras y frutas o cualquier otro producto de consumo alimentario, ellos venden dólares, euros, rublos y yenes o cualquier otro tipo de moneda internacional. El dueño de estas “tiendas de fianzas” es el Capital, que está constituido por los pequeños capitales de todos o la mayoría de las personas ricas del mundo. El primer tipo de negocios es fiar dinero a los países pobres, pero con economías emergentes, que puedan pagar los intereses y que un día puedan devolverlo íntegramente, al darse el caso de aparecer otro país al que haya que trasladar ese dinero porque es más seguro que pague los intereses, aunque no sean más altos. Este es el caso de los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Y cuando estos empiecen a fallar, ya se están haciendo surgir muchos países como estados de economía de mercado del norte de África, que curiosamente ya no son de esa localización geográfica, ahora son del “sur del Mediterráneo”.
Aunque al Capital le importe menos recuperar su dinero que cobrar los intereses que genera, ya que el dinero no es nada si no crece alimentándose de más dinero que es su propio excremento, llega un momento, que es la situación actual en la que está la propia economía capitalista o del Capital, que exige que le devuelvan el dinero principal, precisamente cuando los países prestatarios no pueden siquiera pagar los intereses. El dinero que se prestaba iba dirigido a producir cierto enriquecimiento en los países receptores que así harían uso de los servicios privados del Capital, de mayor lujo que los gestionados por el sector público. Pero he te aquí que con ese dinero los países receptores, presionados por políticas de izquierdas, desarrollan un Estado de Bien Estar donde los servicios públicos superan con mucho a los privados, como es el caso de la Sanidad, de la Educación, de los Sistema de Pensiones y el resto de servicios y prestaciones del sector público. Así, pues, el Capital se encuentra en una situación en la que ni cobra intereses ni hace los negocios que pretendía, lo cual le lleva a exigir el saldo de la deuda, sabiendo que no tendrán más remedio esas naciones que devolver todo el dinero lo antes posible. El malestar capitalista se produce porque el segundo tipo de negocios, los basados en la actividad privada, no se ha producido. Se trata de una auténtica revolución, la Revolución del Capital, que no necesita del uso de la fuerza militar que sería requerida para la recuperación del poder, porque ya lo tienen al tener todo el dinero que les da todo el poder necesario. Acaso la ayuda de las fuerzas del orden público sean necesarias muy ocasionalmente.
Los pequeños beneficios que produce “lo privado” a todos y cada uno de los pequeños ricos va a parar a los grandes ricos que forman el Capital, sin que aquellos sean conscientes de cómo esto ocurre, por lo que a lo mejor lector amable usted es uno de ellos cuando deposita sus ahorros en una entidad cualquiera, que se los va a ofrecer para su utilización al mismísimo Capital.
Ante esta situación, como alternativa más inmediata, los mercaderes de las fianzas vuelven a negociar la deuda con los países pobres prestándoles más dinero para que con parte de éste paguen los intereses y con la otra parte intenten general riqueza para amortiguar el dinero principal. Las otra alternativa menos inmediata pero más fructífera para los mercados del Capital es la de los recortes, siempre y cuando se apliquen a actividades donde ellos, los ricos del Capital, puedan seguir haciendo sus negocios.