LADRAN, LUEGO CABALGAMOS.
En colaboración con Dulia Munguía, Bibliotecaria de la Universidad de Alicante
Hace tantísimos años que venimos oyendo la famosa frase “Ladran, luego cabalgamos” que es imposible recordar cuando la oíamos por primera vez y quien la dijo entonces. De lo que sí estamos seguros es que, al confesar nuestro desconocimiento de su progenitor, el que respondió a nuestra pregunta la achacó a D. Quijote. Como desconocíamos en absoluto al autor de dicha sentencia, al principio, dudando de nuestra memoria, volvimos a leer el Quijote y al siguiente interlocutor, que incansablemente la atribuía a un dicho a D. Quijote dirigiéndose a Sancho, le podíamos rebatir su opinión, pero sin darle la solución puesto que no la sabíamos, lo que generalmente provocaba un gran enfado, pues muchas veces teníamos que ir en contra de personajes de mucha mayor categoría social que nosotros.
Como la equivocación persistía en muchísimas personas, la gran mayoría de ellas de alto nivel educativo, a las que requeríamos para que nos dijeran el origen de tal frase, insistían en achacarla al Quijote. Al persistir en la búsqueda, teniendo como pista que a Sancho se la dirigía su amo, volvimos a releer el libro por enésima vez y, por fin, encontramos el origen del error. La sentencia que confundía a nuestros amigos y amigas les justificada plenamente porque, cuando una figura retórica, por ejemplo una metáfora, se parece literalmente mucho a otra o tienen el mismo significado aunque no se parezcan en nada, no es difícil que puedan confundirse, lo cual no tiene mayor trascendencia porque no desvirtúa en absoluto el sentido del discurso. Su consideración sólo tiene interés como mero diletantismo literario.
Debido al mencionado hecho de falta de importancia, fueron pasando los años sin mayor preocupación que la que, de vez en cuando, nos divertía oír sistemáticamente el error, que naturalmente atribuíamos al hecho de que el confundido no había leído el Quijote. Al ofrecerles el dicho de D. Quijote que les había llevado a la confusión, en muchos casos tampoco se lo creían, convirtiéndose la mayoría de nuestros interlocutores en creer que la frase era del libro de Cervantes a pesar de no haberlo leído. Otros opinantes atribuían el dicho al poeta Rubén Darío, a Unamuno en su libro de la “Vida de Don Quijote y Sancho” y, en fin, a un número de presuntos autores que resultaría prolijo mencionar si nos acordáramos de ellos.
También eran muchos los años que fueron pasando sin hallar la respuesta, hasta que un día, lejano solamente unas semanas de la actualidad, sucedió el hecho que tanto tiempo estábamos anhelando, que no era inferior a 20 ó 25 años. El evento fue tan sencillo como oírlo en un concurso de televisión. La respuesta no fue sabida por los concursantes y el juzgador la dio sin darle la menor importancia. Era GOETHE. Naturalmente, la mayoría de la gente, entre los que están las decenas de nuestros interlocutores, afirmará ahora que ya lo sabían, y nosotros tendremos que pensar que en tantísimos años tuvimos la mala suerte de no dar con ninguno de ellos.
Por todo lo antedicho, iniciamos una búsqueda de la literatura de Goethe y de las relaciones de esta frase con otras similares de igual sentido. Sin duda fue el poema “Ladrador” (Kläffer) de 1808 en el que Goethe hace emerger la frase “Ladran, señal de que cabalgamos” por primera vez. La traducción, elaborada por el bibliotecario Roberto Gómez Junco, Jr, dice así:
“Cabalgamos en todas direcciones / en pos de alegrías y de trabajo; / pero siempre ladran cuando / ya hemos pasado. / Y ladran y ladran a destajo. / Quisieran los perros de la cuadra / acompañarnos donde vayamos, / mas la estridencia de sus ladridos / sólo demuestra que cabalgamos”.
Esta forma de expresarse se recoge a su vez en una alocución griega anónima, que se refiere a que “la persona de éxito, que no mira hacia atrás sino que busca su meta, siempre tiene gran cantidad de enemigos que, como perros, le siguen y ladran para descomponerle la figura, o acaso para que caiga, o incluso cese en su búsqueda." En latín hay una frase, también de autor anónimo, que dice: “Latrant et scitis estatint praetesquitantes estis”, que quiere decir: “Ladran y sabéis al momento que cabalgáis por delante de los demás”. En el idioma turco, en “Proverbs of all nations”, escrita en 1859 por Walter Keating Nelly, se cita un proverbio de origen otomano de una inquietante similitud con el tema de este artículo: ”The dog barks, but the caravan passes”: “Los perros ladran, pero la caravana avanza”.
Sin embargo, la referencia bien documentada más antigua en relación con Goethe que se ha encontrado está en inglés: en Godey´s magazine, 1868, pág. 275, en un artículo de Louis Antoine Godey y Sarah Josepha Buell Hale, que dice: “Goethe never said a truer thing than ´When the dogs bark we know we are riding on horseback”: “Goethe nunca dijo algo más verdadero que ´Cuando los perros ladran, sabemos que cabalgamos”. También en “The military career: a guide to young officers, army candidates and parents”, escrita por Sir William Bellairs, en 1889, dice: “As Goethe tell us: When dogs bark, it is a proof you ride”: “Como Goethe nos dice: Cuando los perros ladran, es la prueba de que cabalgamos”.
No se sabe de una forma evidente quién mencionó la frase por primera vez en castellano. La referencia más antigua conocida se encuentra en la edición de agosto de 1903 de la Revista “Nuestro Tiempo” en el artículo “Los dos catolicismos”, de Edmundo González Blanco, que dice: “El perro, empleando la comparación de Goethe, quisiera acompañarnos desde el establo; pero el eco de sus ladridos nos prueba que cabalgamos”.
Goethe expresa con toda claridad que “los ladridos son señas de que se avanza”, mientras que en otras referencias la idea es que “se avanza a pesar de los ladridos”. La diferencia es bastante evidente: en la primera acepción los perros son amigos o por lo menos no beligerantes, ladran porque alguien se va; mientras que en la segunda los perros significan el peligro de una agresión, ladran porque alguien está huyendo.
¿Pero en qué momento se coló Sancho en la expresión? Difícil saberlo, aunque todo indica que fue en la primera mitad del siglo XX. Alguien supuso que la frase era del Quijote y le agregó el Sancho, con mucha fortuna por cierto, porque el error se propagó exponencialmente. No se sabe quién fue el primero en cometer tal equivocación, pero en un artículo de 1945 titulado “Por una Política Nacional de la energía eléctrica”, el autor, Juan Sabato, usa la frase “con el Sancho ya incluido”.
En la lectura cuidadosa de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en el capítulo XLI, De la venida de Clavileño, …se encuentra la frase que, sin duda alguna, debió ser la que confundió a tanto intelectual. Una primera aseveración puede querer expresar la misma idea pero con carácter negativo: una situación, una consecuencia. D. Quijote y Sancho cabalgan con los ojos vendados a lomos de Clavileño, pero no se mueven, por lo que D. Quijote hace ver a Sancho “…; que osaré jurar que en todos los días de mi vida he subido en cabalgadura de paso tan llano; no parece sino que no nos movemos de un lugar”.
En una segunda interpretación, añade D. Quijote que llevan el viento en popa, pues desde el jardín de los duques les estaban soplando con mil grandes fuelles, por lo que comunica a Sancho que deben estar llegando a la segunda región del cielo y que, si siguen subiendo, pronto darán con la región del fuego. En ese momento con unas estopas de cáñamo, ardiendo en la punta de unas cañas, les calentaban los rostros. Sancho, que sintió el calor, sin destaparse los ojos, dijo: “-- Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado,”… Esta última frase es, si duda alguna, la que fue objeto de la tergiversación de la idea: en ambos casos, tanto los ladridos como el fuego, son causas conocidas que conducen necesariamente al desenlace de un efecto esperado.
Alicante, 2 de diciembre de 2012