Título
MIS ILUSTRES PERSONAJES
Memorias de un español
por Fernando Ruiz García, San Sadurniño, (A Coruña) Galicia, verano de 2022
Mujeres Hombres
PRÓLOGO
Cuando decidí escribir mis memorias, como son tantas, pensé llamarlas <<historia> y, al ser referidas únicamente a <<mí mismo>>, solo tendrían en común la palabra <<español>>. Por lo tanto, el título completo sería, sin ninguna duda, <<Historia de un español>>.
Al redactar algunas de esas memorias, me cruzaría necesariamente con personas que entrarían en mi vida en periodos más o menos largos y con influencias más o menos importantes. Algunas de ellas eran famosas en todo o casi en todo el mundo. Eran sin duda personajes ilustres, con los que yo me sentía muy orgulloso de conocer y tratar.
Sin embargo, no se trataba de mejorar su celebridad, si la tenían, o de crearla, si era conveniente. Estas funciones quedarían reservadas a los biografos e historiadores, yo me limitaría a <<celebrarlos>> en relación a mi amistad con ellos.
No obstante, con las otras personas, no conocidas en el Mundo y, por lo tanto, no celebres, yo me encontraría muy orgulloso de conocer y tratar, pensando que podía considerarlas en mi interior como importantes para mí, por lo que podía darlas a conocer en mis memorias como <<mis ilustres personajes>>.
Lola Flores
La Faraona del Baile Flamenco Español
En Madrid, a mi vuelta de EE UU con mi especialidad médica de Neurocirugía terminada y cinco hijos <<por banda>> -- una hija y cuatro piratas fieras – descubrí que en el colegio Liceo Anglo-Español daban docencia doble, tanto en inglés como en español, por lo que era importante para mis vástagos: los dos mayores para que no perdieran algo de inglés americanizado que conocían y del <<spanglish>> que hablaban, y que ellos y el resto todos terminaran sabiendo inglés a la perfección.
Así, pues, desoyendo la opinión del Consul Británico, que me aconsejaba que mis hijos se dedicaran primero solo a lo español y que ya aprenderían inglés más adelante, me fui al Liceo Anglo-Español, matriculé a mis <<cinco>> y conocí a su directior, que me informó a cerca de los alumnos que serían compañeros de mis hijos y me pidió mi opinión sobre un bulto que ostentaba en el cuello.
Cuando empezaron las clases comprobé que los compañeros de mis hijos serían los hijos de doña Lola Flores: Carol Josefina se sentaría con Lola, la hija mayor; Fernando, mi hijo mayor, con Antonio, el único varón, y la hija más pequeña con el mío más pequeño.
Además fui viendo que había muchos otros alumnos, hijos de artistas de cine y de teatro, porque al ser el Liceo un colegio de enseñanza mixta, todos los padres querían que sus hijos aprendieras inglés y por lo tanto ese colegio se puso de moda, a la que no pudieron substraerse los famosos actores y actrices, que no se molestaron en hablar con el consul inglés.
En aquellos años – 1966 a 1970 – la costumbre de la alta sociedad era celebrar los santos y cumpleaños de los hijos, organizando una fiesta en casa del homenajeado, donde tenían que ser llevados sus amigos por sus padres, que podían quedarse a hablar con los anfitriones, naciendo así muchas amistades que podían perdurar. Como en las fiestas en mi casa, Lola Flores no conducía y Antonio, su marido, no aparecía, yo tenía que hacer dos viajes: ir a buscar a los hijos de doña Lola y después volver a llevarlos a su casa.
Cuando llegó el tiempo de la Primera Comunión de nuestros hija e hijo pequeños, Lola Flores, con la que ya tenía una amistad indiscutible, me pidió que recogiera a su hija y a ella en mi coche para llevarlas a la iglesia, donde les estaban instruyendo en tan importante suceso para esos niños. Al final tomaron la Comunión muy bien y los padres nos fuimos a celebrarlo a un Club Nocturno, donde tuve que bailar <<agarrado>> con Lola ante la admiración y envidia de los asistentes, sin que yo pasara demasiada vergüenza.
Entre tanto, si Lola Flores tenía una representación en el teatro, era casi obligatorio ir a verla y saludarla después; pero, sobre todo, era importante ir a verla bailar y cantar en directo y en cercanía a su Café de Chinitas, visita muy importante, aunque muchas veces no actuaba ella, si se tenía la presencia de personas venidas de fuera, como amigos de provincias, o compañeros extranjeros de congresos científicos.
Una noche, en compañía de mi esposa, invité a don Juan Bou, su mujer y su hija, venidos de su ciudad de Callosa de En Sarriá, al tablao flamenco Café de Chinitas, con tan buena suerte que estaba Lola Flores e iba a bailar, que nos saludó muy amablemente y nos pidió una consumición, que multiplicada por cinco podía llegar a las cinco mil pesetas, que era algo de dinero y mucho que agradecerla. Al alejarse de nuestra mesa, le gritó al metre: <<Al dotor y sus amigos que no les farte de naá>>. Y nos volvían a servir bebidas y taquitos de jamón y de queso.
En ese momento hizo su entrada el torero Curro Romero, que era mi matador favorito por su gran valor estético y su entendimiento de los astados, de lo que yo empezaba a tener cierto conocimiento, gracias a mi afición a las corridas de toros, heredada de mi padre. Esa misma tarde Curro Romero toreaba en Madrid y mis invitados y yo fuimos a verle. En el primer toro hizo don Curro Romero la mejor faena que yo haya visto en mi vida, pero el segundo toro lo devolvieron al corral sin que él llegara a matarlo. Le pedí a Lola que me lo presentara y le elogié, tanto y tan bien traido, el toreo a su primer toro que su cara se iluminó con una gran sonrisa de agradecimiento. Pero yo quería saber, porque eso ni se estudia ni te lo cuentan, qué había visto en su segundo toro para no querer matarlo. Su cara cambió totalmente, con sus ojos clavados en mí, porque no tenía un estoque para hacerlo, se dio media vuelta y se apartó de mí para toda mi vida.
Durante los bailes de Lola me dí cuenta quien era Lola Flores. Mi mesa, la mejor del sitio, me dejaba poner mi brazo izquierdo en el tablado, por lo que, además del ruido de sus pies, yo sentía la vibración de sus taconeos, al tiempo de contemplar los movimientos de su cuerpo, de sus brazos y de sus manos. Un momento absolutamente inolvidable, a la que también se añadía la amabilidad de doña Lola, que ya se tenía que ir, pero que antes le repetía al metre: <<Al dotor y sus amigos que no les farte de naá>>. Al irnos, el metre me presentó la cuenta y tuve que firmarle un cheque por 25.000 pesetas, incluida la propina para que no le <<fartase de naá>>.
LOS DOS ENRIQUES
Enrique Sobejano y Enrique Tierno Galbán
Los mejores profesores del Colegio Simancas de Madrid
El Sr. Sobejano y el Sr. Tierno fueron mis profesores más queridos durante mi bachillerato en el Colegio Simancas de Madrid, y creo que yo fui para ellos su alumno preferido. Nos daban clases de <<letras>>, generalmente el Sr. Sobejano de Literatura y el Sr Tierno de Historia, pero realmente <<no daban clase>>, porque a las primeras nociones que venían en el libro, ellos se ponían a hablarnos de ética, política, cociología, corrupción y moralidad, convirtiendo la clase en un auténtico conjunto de filosofía, donde predominaban la verdad y la utopía.
Cuando pasaron los muchos años de estudios de Medicina, de Neurocirugía y de trabajo en un empleo importante, no pude volver a ver a mis apreciados profesores hasta pasados esos tiempos, pero sus recuerdos siempre perduraban en mí.
Enrique Sobejano pasaba largas estancias en la Residencia de Previsión Sanitaria, situada en el pueblo de San Juan de Alicante, gracias a que su mujer que, por ser farmacéutica, tenía derecho a hospedarse allí. Ambos sabían que yo trabajaba en el Hospital de Alicante, pero no encontraban mi teléfono, porque no venía en el apartadao de Alicante, sino en el de Playa de SanJuan, y no se atrevían ir a verme al hospital.
Un suceso les hizo cambiar de opinión. Tuve que operar un caso muy grave de un tumor cerebral benigno por orden del juez. El enfermo no era responsable de sus actos por su problema mental, por lo que su permiso para operarse no era válido; la familia, de la que llevaba separado mucho tiempo, no quería saber nada de él, según la Guardia Civil, pues vivian muy lejos de Alicante, y además el caso no era urgente, pues llevaba tiempo operado en otro hospital, con sintomatología residual, aunque empeorando poco a poco. Por lo tanto, aunque el riesgo era muy alto, pues quedaba mucho resto del tumor de su anterior operación, su única posiblidad de supervivencia era terminar de extirpar lo que restaba del tumor. Otro problema podía surgir: la esposa no quería ser responsable de la operión y no daba su consentimiento, pero podía suceder que reclamara una indemnización, si la operación salía mal, que era el pronóstico de varios neurocirujanos que conocían el caso, ya que una gran vena del interior del cerebro estaba totalmente inservible por la presión que sobre ella que había ejercido el tumor en su crecimiento de muchos años. Yo me di cuenta que excluir esa vena era mortal de necesidad, pero, como estaba eliminada de la circulación y el enfermo podía vivir sin ella, por lo que en mi intervención quirúrgica yo pude hacer lo mismo, utilizando otra vena presente y funcionando en lugar de la trombosada, consiguiendo extirpar totalmente el resto tumoral, que seguía siendo de gran tamaño. El éxito fue inmediato, saliendo el enfermo despierto del quirófano, lo que animó al Sr. Magistrado a comunicarlo a la prensa, a la radio y a la televisión, muy contento de que su participación en el caso, ordenando al Dr. Ruiz que operara al enfermo, había servido para que le salvaran la vida. Y al mismo tiempo para que el juez creara legislación ante un caso original y único.
Don Enrique Sobejano y su esposa escucharon la noticia y no dudaron entonces en acudir al hospital a felicitar al Dr. Ruiz. Cuando me anunciaron la visita de un <<antiguo profesor>>, yo pensdaba en algún médico, miembro de la Facultad de Medicina de Madrid, tal vez veraneante en Alicante. Mi sorpresa fue muy grande y mi alegría de ver a mi querido Sr. Sobejano fue mucho mayor. Desde ese momento todos los años se hospedan en esa Residencia, ya convertida en un magnífico hotel, donde pasan muuy pocos días ellos solos, pues Ruiz, como era llamado en el colegio, se ocupa de hacerles compañía y de llevarles a que conozcan bien la provincia, agradeciéndoles que se acordaran de él después de tanto tiempo. A lo que Don Enrique contestó, para que lo oyera mi mujer, que la memoria no podía fallar ante <<el mejor alumno de todos los tiempos en ese colegio>>.
Enrique Tierno Galbán, catedrático por oposición de Derecho Político con el número dos – el número uno fue Manuel Fraga Iribarne – tomó posesión de su catedra en Salamanca, pero siguió viviendo en Madrid, donde poco después fundó el Partido Socialista del Interior, pues se mantenía en el exilio el PSOE de las viejas glorias, pero más tarde le cambió el nombre a Partido Socialista Popular (PSP).
A la muerte del dictador Franco, cuando se convocaron las primeras elecciones, yo me enteré de la existencia política de mi querido profesor y no dudé ni un minuto en encontrar la sede de la agrupación del PSP en Alicante e irme a apuntar como militante del Sr. Tierno, al que ya se le conocía como <<el viejo profesor>>. El secretario general de Alicante era Diego Such, que en la primera Asamblea me propuso para Secretario de Organización, que cuando llegó a oídos de Don Enrique no dudó en reconocerme como un alumno destacado de sus enseñanzas en Madrid; cosa que me llenó de orgullo.
Aunque nuestras relaciones con el PSOE de Felipe González, que había ganado la secretaria general a los viejos exiliados en París, viendo sus relaciones con el alemán Billy Brand, el Viejo Profesor no tuvo duda en creer que <<esos jóvenes>>, olvidándose de las raices del socialismo marxista revolucionario, se habían vuelto socialdemócratas, recogiendo ayuda de todo tipo, sobre todo de dinero, impulsadas por la CIA y ejecutadas por Billy Brand. Yo tuve el honor de ser elegido para ir a Libia, pretextando un viaje de estudios como médico, a recoger un donativo de un millón de pesetas, que era mucho dinero entonces, de El Gadafi para depurar las muchas deudas que tenía el PSP. No hizo falta mi viaje porque Felipe González ofreció la total ayuda celebrándose la unidad del PSP con el PSOE, pasando el Viejo Profesar como Presidente de Honor, condición que debería repetirse o mejorarse en todas las agrupaciones.
A pesar de lo dicho, nuestro antagonismo con los felipistas era muy notorio, haciéndonos llamar <<peseperos>>, que pronto nos unimos a muchos compañeros con ideas de pureza parecidas, conocidos con ellos como <<los criticos>>, siendo la ponencia al XXVII Congreso Federal redactada por nosotros para que la desarrollara Felipe González, que incuestionablemente sería elegido Secetario General.
Don Enrique, que ya era Presidente de Honor en ese congreso, dio una charla absolutamente maravillosa con la idea central de justificar la utopia, <<que era una realidad, por lo menos en la verdad de su existencia>>. Felipe González contestó con otro discurso no menos apropiado, haciendo ver la importancia de la realidad, poniendo como ejemplo: <<gato pardo o no pardo, lo importante es que caze ratones>>.
En ese congreso federal, como en muchos otros actos organizados por la gente del PSOE, yo me colaba como médico, pero tenía que estar medio escondido, como fue el momento en que entró Don Enrique en el congeso, pues habían ido a buscarle los peseperos en vista que Felipe González había renunciado a la Secretaría General porque no quería tener como programa político la ponencia aprobada, que era típicamente marxista. Yo, al ver entrar al Viejo Profesor, salí de mi escondite y fui a verle, diciéndole: <<Profesor, Felipe se ha ido del partido. Ahora es el memento que usted se haga cargo de todo y coja el mando del parftido>>. Y me contestó: ¿Que quieres, Ruiz, que nos saquen los tanques a la calle?
Doña Josefina
Gobernanta del Sanatorio Psiquiátrico Villa Josefina
Un negocio deja de serlo cuando la vocación lo convierte en una bendición del cielo. Don Fernando Ruiz Rey y su esposa, Doña Josefa García Miñano cumplían este requisito con el mayor gusto, cuando fundaron en 1942, en el barrio de La Guindalera de Madrid, un sanatorio psiquiátrico para enfermos mentales leves, agudos y crónicos, hombres y mujeres, al que llamaron <<Villa Josefina>>, nombre en honor a ella.
Para Don Fernando esta ocupación no era una novedad, porque había sido el administrador del sanatorio psiquiátrico de su padre, el ilustre psiquiatra Don Mariano Ruiz Cánovas, propietario y director de la Casa de Salud Nuestra Señora del Carmen de Madrid, pero para Doña Josefina esa clase de menester era nueva y desconocida, porque ella era la señorita Pepita, hija del médico de Mula (Murcia) -- su pueblo de nacimiento -- educada en el Colegio de Monjas de la localidad, que era el mejor de su tipo de toda la provincia, disfrutando siempre del respeto de amigos y extraños, no solo por su educación, sino también por su gran belleza, encanto personal y simpatía.
Doña Josefina pronto fue conocida con ese nombre por los enfermos internos, sus familiares y los médicos que ingresaban sus pacientes en Villa Josefina, mientras que para el personal de la clínica era llamada Señorita Pepita, nombre para familiares y amigos. Al principio solo se ocupaba de dirigir la compra y ordenar las comidas, de cuidar las macetas de flores y de perfumar con un insecticida los sitios de convivencia común de los enfermos.
Doña Josefina fue conociendo poco a poco otras necesidades del sanatorio, desde conseguir un ambiente musical en el Hall, que era el sitio donde convivían más habitualmente los internos, hasta ocuparse del buen funcionamiento de la calefacción y del agua caliente, que existían en todos los dormitorios, cuya mayoría eran individuales.
Del mantenimiento y cuidado de las estancias de Villa Josefina también se ocupaba la Señorita Pepita, la gobernanta del sanatorio, retirando sábanas y mantas rotas o envejecidas, cambiando bombillas o lámparas, haciendo pintar las habitaciones donde era necesario, etcétera. Tambíen opinaba acerca de la parte de huerta que tenía el gran espacio que circundaba al edificio principal, porque ya Don Fernando se ocupaba del jardín con la ayuda de Gabriel, el jardinero. Además revisaba y hacía cuidar el gallinero, donde convivían gallinas con conejos y una cigüeña y también se preocupaba por la comida de los gatos, que andaban, sobre todo, por el jardín y por la casita, edificio menor, donde vivía la familia Ruiz García, que, con ella a la cabeza, eran muy aficionados a los felinos.
Doña Josefina, sobre todo, destacaba en el conocimiento de los enfermos y sus dolencias, teniendo que informar a los fanmiliares en las muchas ocasiones que sus psiquiatras particulares no lo habían hecho, llamándoles a estos la atención por tal olvido, que ella había mitigado al hablar con la familia del enfemo en cosas que eran importantes, como su limpieza, la vestimenta, la comida y el entretenimiento, además de seguir el tratamiento indicado por su médico.
Cuando estaban a punto de cumplirse 30 años de los múltiples trabajos de Doña Josefina en el sanatorio, que llevaba su nombre, que solo su muerte pudo truncar, su hija, mi hermana, y sus hijos, mi hermano y yo, empezamos a pensar en solicitar para ella la <<Medalla de Oro del Trabajo>>, que tenía más merecida que las que se daban entoces, pero no lo llegamos a hacer al pensar que podían identificarla por los apellidos con su hermana Mary Rosa, periodista exiliada por sus creencias republicanas, y no la darían el justo premio, pero, sobre todo, no lo hicimos por la repugnancia que sentiríamos al ver al Dictador General Franco colgándole la medalla en el cuello de nuestra queridísima madre.
Mr. Tutton
Un Maestro Integral
El joven neurocirujano Kenneth Tutton, del servicio de Neurocirugía del Hospital General de Manchester, se dio cuenta que existían varias formas diferentes de tratar quirúrgicamente los abscesos cerebrales, por lo que, no existiendo otra forma de investigación por aquellos años 50's, viajó a varias ciudades de Gran Bretraña, entre ellas Londres, Glasgow y Oxford, para obtener información directa de las historias clínicas de los enfermos, llegando en conclusión a proponer la <<mejor forma de cirugía>> para todos los casos de Absceso Cerebral. El trabajo publicado fue tan bien acogido y celebrado que el Colegio Oficial de Cirujanos del Reino Unido le premió invitándole a pronunciar la <<Hunterian Lecture>>, Lección en Honor al cirujano del siglo XVII, John Hunter, creador de la cirugía moderna basada en la anatomía patológica, que era como un premio al reconocimiento del hallazgo de Mr. Tutton como el mejor en muchos tiempos pasados. Muy poco después consiguió otro: <<Senior Consultant>> (Jefe de Servicio) de Neurocirugía del hospital de Preston (Lancashire) Royal Infirmary, de reciente creación, hecha para él.
Cuando Mr. Tutton (los cirujanos eran misteres y los médicos doctores) contestó a mi solicitud, escrita en inglés por mi novia inglesa, Carol White, (después mi esposa) porque yo no hablaba más de diez o doce palabras, y a penas si entendía dos o tres, fui a contestar una entrevista con él, habiendo aprendido de memoria dos respuestas, a sus dos preguntas, que seguro me haría: <<llevo diez días>> y <<cuatro o cinco años>>. Pero, como las preguntas me las hizo al revés, yo le contesté que llevaba cinco años en Inglaterra, que no hablaba nada de inglés y que me iba a ir dentro de nueve días. La sonrisa de mi futuro jefe, que no se echó a reir, fue muy reveladora de su amable educación y de su carácter compresivo ante una debilidad lingüistica, pero, apreciando mi intención de quedar bien ante él, me ofreció el puesto de <<Junior House Officer>> -- Residente de Primero – a empezar tres días más tarde, el 1º de octubre de 1959.
Unos dís después de la entrevista conocí al Dr. Boffa, argentino de origen italiano, el otro miembro del servicio de Neurocorugía, al que hice notar mi alegría de conocerle y mi manifetación que así, durante el trabajo, podíamos hablar español y él me ayudaría a entender y traducir el inglés. Mi decepción fue instántanea: -- << No he tenido un día libre desde hace mucho tiempo, esperando que alguien viniera a trabajar conmigo. Así que te quedas solo. Nos veremos el lunes>> -- me dijo. Era el viernes 30 de septiembre del mismo año de 1959. Me asignaron una habitación para alojarme y dormir de momento en una especie de chalet adosado al hospital, donde encontré de todo para cenar algo y me acosté. Sin embargo, pasada la media noche, sonó el teléfono, al que contesté en español, haciendo ver, por lo tanto, que no era el anterior ocupante de ese cuarto y colgué. Pero un par de minutos después volvió a sonar, contestando yo de igual manera y empezando a pensar que quien llamaba estaba loco. Cinco minutos más tarde llamaron a la puerta de la habitacíón.
Abrí y al otro lado aparecía una enfermera, que, al verme en pijama, cerró la puerta por fuera y se fue. No tardó mucho en volver a llamar a mi puerta, pero esta vez solo me dejó abrirla lo suficiente para meter una mano que portaba una bata blanca. Por fin el mensaje estaba claro. Me acompañó a la sala de hospitalización de Neurocirugía, donde tuve que ver un enfermo, que parecía muy grave, y a la <<sister>> -- enfermera jefe – que me enseñó una orden escrita por ella para que yo se la firmara, si estaba de acuerdo, cosa que hice después de comprobar la similitud con la medicación que yo conocía. Era la madrugada del 1º de octubre de 1959, mi primer día de trabajo en Inglaterra.
Mr. Tutton también era de la opinión que yo debería defenderme con el inglés por mí mismo, por lo que pronto pude casarme y traer a mi esposa a mi ciudad de trabajo, pero, como ella hablaba español, ella y yo nos entendiamos en ese idioma. Me apunté a clases de inglés algunas tardes, pero mis verdaderas maestras – estoy seguro aconsejadas por mi jefe -- fueron las enfermeras de noche, que tenían algo de tiempo para perder conmigo, y las de un hospital <<de ingresos iniciales>>, que me ayudaban a hacer las historias clínicas por el sistema de señalar alguna parte del cuerpo humano y ellas decirme su nombre en inglés. También Mr. Tutton me obligaba a ir al juzgado a informar sobre algún accidente de tráfico que yo había atendido. Antes de informar yo lo pasaba muy mal de los nervios, pero como un coche de la policía me acompañaba y me repetía la pregunta del juez un abogado sentado cerca de mí, yo solo tenía que contestar: Sí, yo atendí ese caso de accidente de circulación. Y la policía me volvía a llevar al hospital.
Aunque yo mantenía con él la distancia de trato adecuada, lo que era difícil, porque él era muy abierto y agradable conmigo, me invitaba a las fiestas que daba en su casa – Halloween y cumpleaños – y cuando nació mi primer hijo, que fue una niña llamada Carol Josfina, me regaló el <<carry cot >> y me prestó el cochecito para pasear a la bebé.
El mejor ejemplo de su maestría integral era que, durante algunas intervenciones quirúrgicas, en las que yo le ayudaba, si era pertinente, me llevaba mi mano con las suyas para que notara cómo pasaba una punción cerebral con una cánula, que yo sostenía, haciéndome notar las distintas sensaciones al pasar por tejido nervioso a un ventriculo, a un tumor o a un absceso, así como también la presión que había que hacer para separar algo el tejido cerebral para llegar al sitio adecuado. Además, después de la operación, mientras hacía la descripción de ella, me preguntaba si estaba de acuerdo con lo que hicimos en quirófano, haciendome la misma pregunta sobre el dibujo esquemático, que siempre hacía de la anatomía y de la lesión encontrada. En una ocasión, mientras estabamos en esas circunstancias, sacó unas monedas de su bolsillo y me pidió que, por favor, fuera a la máquina de cigarrillos, situada fuera del área quirúrgica, y le trajera un paquete de su marca preferida, mientras me alargaba la mano con el dinero. Yo no alargué la mía para cogerlo, pensando que <<un español no podía ser el criado de un inglés>>. Como él también pensó lo mismo, se levantó y fue a buscar su tabaco. Poco tiempo después me arrepentí de mi falta de consideración con mi jefe, que solo pretendía no perder mucho tiempo mientras hacía el dibujo de la operación para que yo siguiera aprendiendo lo más directamente posible. Desde entonces le preguntaba siempre si tenía bastantes cigarrillos o había que ir a buscar más. Nunca jamás le faltaba desde entonces nada de tabaco: no quería que yo fuera su criado español ni por un minuto siquiera.
Una mañana, mientras me estaba lavando las manos para ayudar en una operación, llamó Mr. Hill, el Secretario del Hospital – el gerente – que quería hablar conmigo porque yo había presentado al cobro 40 tickets de autobús de mis viajes al hospital de ingresos previos, mientras que ese mes solo había tenido 30 días. Mi complejo de español, gitano y ladrón, me hizo ponerme inclinado encima de su mesa, a unos centímetros de su cara, revolver los tiques con mi mano y decirle casi gritando que en un día se podían hacer varios viajes en autobús. Echó su cuerpo hacia atrás fingiendo algo de miedo hacia mí y me dijo que, sobre la actitud de mi enfado con él, hablaría con mi jefe, porque yo, no siendo británico, no estaba sujeto a la disciplina del National Health Service -- Servicio Nacional de la Salud – ni de él, sino que solo dependía de la voluntad de mi jefe, Mr. Tutton, a quien así se lo conté, que se estaba lavando para entrar en quirófano. Pero dejó de hacerlo y se fue a ver a Mr. Hill, el Secretario, volviendo en menos de 5 minutos, y me dijo: en el próximo contrato no serás junior, serás Senior House Officer.
Un día, jueves, a media mañana, Mr Tutton, desde su juego de golf, pues siempre lo hacía en sus <<medio días off>>, me llamó por teléfono para decirme que le habían comunicado la muy posible sospecha de un absceso cerebral en Kendall, que iban a enviarnos, y que, como la distancia era de casi 200 kilometros, tardarían por lo menos unas cuatro horas en llegar, tiempo suficiente para seguir jugando y llegar a tiempo al hospital a esperar el caso.
Yo no me fui a mi casa y en poco más de una hora me llamaron de urgencias, pues tenía un enfermo para mí llegado desde lejos en ambulacia y algunos policías. Cuando examiné al enfermo, no me lo podía creer: se trataba del caso del que me había hablado mi jefe; no podía haber dos casos iguales al mismo tiempo. Así, pues, le llamé por teléfono al Club de Golf para comunicarle la situación, haciémdole ver que se trataba de un niño de unos 15 años de edad, operado de una otitis del lado izquierdo, que estaba en coma con la pupila de ese lado algo mayor y menos reactiva. Su respueta fue tajante: -- Ruiz, yo no puedo llegar a tiempo. ¡¡ Tú sabes lo que tienes que hacer !! --. Como la pupila marcaba la urgencia, me limité a hacerle un primer registro de E E G – Electroencefalograma – que me confirmó el diagnóstico que yo pensaba, gracias al famoso trabajio de Mr. Tutton, presentado en la Lección de Hunter, en el que las localizaciones de los abscesos cerebrales, que yo más tarde llamé en mis clases en su homenaje <<Estereotipismo de Tutton>> estan relacionadas con el origen de la infección primaria: los otológicos irían por arriba al lóbulo temporal y alguno, si iba por detrás, al cerebelo; los del seno frontal al lóbulo frontal del mismo lado; los embolígenos, cardíacos o de otro origen, a la encrucijada occipito-parieto-temporal izquierda, etcétera.
Sin pérdida de tiempo, pues la pupila ya estaba totalmente dilatada, le llevé al quirófano, donde ya estaban esperándome la instrumentista jefe y el anestesista, que al ver las dos pupilas dilatadas y no encontrarle el pulso, dijo que estaba muerto y se fue del quirófano, seguido de la enfermera, dejándome con una estudiante de enfermería. Yo sabía lo que tenía que hacer, había ayudado en un caso a mi jefe y además estaba muy bien descrito en su famoso trabajo, una de cuyas virtudes era que un residente de 1º, como yo, podía muy bien hacer el diagnóstico y realizar el tratamiento quirúrgico, que fue lo que hice. Sin lavarme yo ni tampoco el campo quirúrgico del enfrmo, cogí un bisturí y le hice una incisión por encima de la oreja, separé la piel, que no sangró, y cogí el trépano <<perforador>>, no la broca, traspasé el hueso y llegué con él, sin usar cánula, mentras la enfermerita me decía que el enfermo no tenía pulso, y así a unos dos o tres centímetros mi perforador llegó al absceso, dejando salir un <<chorro de pus>> a tal presión que llegó a la lámpara de quirófano y a mi cara. El pulso volvió y yo hice volver al anestesista y a la enfermera jefe de quirófano, empezando una nueva operación con todas las garantías de antisepsia. En el Absceso, que terminé de vaciar y de lavar, intruje una soliución de un c/c -- centrimetro cúbico -- con Peniciina y Estreptomicina-- los dos únicos antibióticos entonces-- , otro c/c de papilla esteril de contraste gástrico y finalmente un úlltimo c/c de aire, todo lo cual servía como un <<piograna o abscesograma>>, nombre dado por Mr. Tutton para hacer un sencillo seguimiento posoperatorio con radiología simple donde se podían ver los niveles del contraste y del aire, y, en medio de pus, pudiendo juzgarse fácilmente si el absceso había aumentado y por consiguiente tenía que volver a drenarse, mediante una punción con una cánula cerebral normal y volver a instilarse más antibióticos. Al cerrar la piel, parecía que el niño empezaba a mover los miembros de ese lado y hacía algún ruido gutural. Cuando Mr. Tutton llegó tuvo que felicitar al español que quería quitarse la fama de criado, gitano y ladrón.
Al día siguiente, Mr. Tutton tuvo que darme la orden como jefe de que contestara a las preuntas de una agencia de noticias y de los períodicos Times, Dayly Telegraph y otros, pues querían hablar con el neurocirujano que había salvado la vida al un niño gravemente enfermo. Por teléfono ya me empezaba a defender mejor, con el pretexto de que la línea estaba mal y que me repirieran la pregunta, por lo que creo que quedé muy bien con la prensa inglesa, que me preguntaban mi nombre, donde había nacido, en que facultad había estudiado, si estaba casado con una inglesa y tenía una niña inglesa, etc., y que tipo de operación había hecho al enfermo, etc. Yo contesté que la operación fue muy fácil, un simple trépano y una punción evacuadora del pus del absceso y que lo importante había sido la celeridad con la que la ambulancia había traidio al enfermito, ya que si hubieran tardado solamente cinco minutos más, el niño hubiera llegado muerto. A la mañana siguiente, me levanté temprano y, antes de ir al hospital, compré todos los períodicos para recortar la noticia y mandérsela a mi madre a España para que se sintiera orgullosa de su hijo <<inglés>> y presumir ante todos los familiares Ruiz y sus amistades. Los períodicos anunciaban la noticia en primera página, pero luego en su interior se podía leer lo que decía: Police Flying Squad –- Cuadrilla de Vuelo de la Policia – acompañan y custodian una ambulancia a casi 200 km/h para llegar a tiempo de que los cirujanos del Preston Royal Infirmary traten exitosamente un caso de Absceso Cerebral.
Sebstián Paomo Linares
Dos orejas y el rabo en Las Ventas de Madrid
En la Feria Taurina de San Isidro de Madrid, que se celebraba, como siempre, el La Plaza de Toros de Las Ventas del Espíritu Santo, yo tenía dos buenas entradas, a la sombra, tendido bajo y buen precio, para la corrida de mi amigo Palomo Linares, pero yo estaba en Alicante, convenciendo a los familiares de una enferma que yo había estudiado, para que ingresara a mi cuidado en Neurocirugía del Instituto de Ciencias Neurológicas de Madrid, prometiendo a la familia que yo acompañaría a la ambulancia, conduciendo detrás de ella en mi coche por si pasaba algo. La ambulancia estaba pedida para las 10 de la mañana, tiempo suficiente para llegar a Madrid, ingresar a la enferma y luego irme a los toros a ver a Palomo Linares. Pero no fue así porque la ambulancia llegó muy tarde y sin tiempo para todo, menos para ir a los toros, lo cual no hubiera tenido importancia si Palomo Linares no hubiera cortado las dos orejas y el rabo, trofeos nunca dados en Las Ventas desde hacía casi un siglo y no más de dos ocasiones. El revuelo entre los críticos de toros y los aficionados fue muy grande, pero todos ellos se felicitaban de haber sido testigos de tan memorable hazaña, de la que yo solo podía presumir de tener dos entradas sin usar en mi bolsillo.
Mucho tiempo antes, me habían presentado a un vecino que era el chófer del coche de la cuadrilla de Palomo Linares, a quien poco después pude conocer en su habitación de un hotel de Madrid, antes de saltar al ruedo por la tarde, y conseguir a su precio dos buenas entradas de la mano de su mozo de estoques. Desde entonces, siguiendo el mismo procedimiento, me convertí en el mejor seguidor del matador, viéndole torear en Madrid, Toledo, Aranjuez, Sevilla y Benidorm. En esta localidad me fue a buscar para que yo le viera una herida que traía por asta de toro y que le quitara los puntos si era coveniente. Como había avisado a la prensa local, allá fueron a hacer fotografías, en las que tenía que ponerme yo, pues mi amigo Sebastián me había consultado a mi como neurólogo, ya que iba a dejar los toros y dedicarse al automovilismo de <<fórmula uno>>. Como yo no le encontré capacitado para conducir coches a gran velocidad, tuvo que seguir en los toros y la broma dio su fin.
En la campiña de Aranjuez, Palomo Linares había montado una pequeña plaza taurina para <<tentar> toritos y vaquillas, a los que me invitaba en compañía de mis hijos, de otros vecinos del chófer y algunos amigos más, donde ibamos con Sebastián algunos de nosotros --<< que queríamos ser toreros >>-- después de los cuales nos poníamos a jugar al fútbol.
En una ocasión, como tenía otra herida de toro, me mandó recado que, por favor, pasara a verle, haciendo innecesario que él fuera a una clínica u hospital a que le vieran la sutura de la piel. En su casa descubrí, ya que no podía volver a torear en algún tiempo, que estaba realizando una pintura al óleo, que no me pareció nada mal, asegurándome, con un tono distinto a su cambio de profesión a la Fórmula Uno, que cuando dejara los toros se dedicaría a la pintura, cosa que llegó a hacer en un grado bastante alto. Me enseñó su casa, todavía en construcción, y la gran extensión de terreno detrás de ella, donde empezaba a montar una ganadería de toros bravos, pues por delante la edificación estaba al borde de la rotura de una colina, por donde había instalado una piscina, cuya agua se vaciaba simulando una pequeña cascada, que se puede ver desde lejos en el campo de Aranjuez. En otra ocasión fui a ver a mi amigo Sebástián para regalarle un perro de gran tamaño y mayor nobleza, que mis hijos habían encontrado abandonado, y que no había manera que dejara de entrar en nuestro piso. Como el perrito se encontró muy contento entre las vacas y los toros de detrás de la casa, que ya estaba totalmente terminada, no tuve que pedirle perdón.
Conforme iban pasando los años, él en Aranjuez y con muchas corridas que torear, y yo en Alicante, ocupado en el hospital y en la universidad, el vernos era cada vez menos frecuente, conformándonos en saber el uno del otro a través de nuestros amigos comunes, guardando seguramente como recuerdos, él el perro que le regalé y yo la entrada que no pude usar.
Manolo Escobar
Un hombre deBuen Corazón
Ante todo la mejor persona. Gracia natural y en chistes anticatalanes, sencillez antes que popularidad, caridad con sus hermanos y mucha gente, Vista desde Hotel Polop, comidas en Callosa, visitas al porrón pompero y luego a verle cuando actuaba cerca,
Conforme iban pasando los años, él en Benidorm y con muchas galas y cine y televisión y yo en Alicante, ocupado en el hospital y en la universidad, el vernos era cada vez menos frecuente, conformándonos en saber el uno del otro a través de nuestros amigos comunes, guardamdo seguramente como recuerdos
Don Manuel Quiroga
El violinista más famoso del Mundo
<<Don Manuel Quiroga>> era reconocido como uno de los mejores violinistas de todos los tiempos; tan famoso que daba conciertos continuamente alrededor del Mundo. Desafortunadamente, no hacía mucho tiempo que, después de sufrir un accidente de tráfico a la salida de un concierto dado en Nueva York conjuntamente con su amigo José Iturbi, fue violentamente atropellado, pero, aunque no sufrió ningún daño físico importante, quedó tan fuertemente impresionado que empezó a temblar en brazos y piernas, sobre todo del lado derecho, notando también un cierto grado de rigidez muscular. No cabía duda que sufría la Enfermedad de Parkinson, desencadenada, a partir de un fuerte trauma psíquico, pero muy probablemente producida por una encefalitis sufrida, tal vez imperceptiblemente notada, durante la gripe europea de 1918 a 1920. Pero tal era la influencia psicológica de don Manuel hacia la parálisis agitante que sufría, que, si se le estimulaba, como hacían el futuro médico Fernando y su hermano Mariano, don Manuel era capaz de andar por el pasillo que bordeaba el hall de Villa Josefina sin ayuda de nadie, pero sobre todo se exhibía casi normal en la Casa de Campo, donde le llevaban en el taxi de Ambrosio, cuando era capaz de andar el solo, si no era observado por nadie. Pero nunca volvió a tocar el violín, a pesar de los estímulos recibidos por todo el mundo, incluido su buen amigo José Iturbi, que le visitó en Villa Josefina acompañado de su perro chiguagua, que siempre llevaba en brazos.
María Elena Galvani Bolognini, protectora, mecenas y amiga de siempre, abonaba la pensión y gastos extra de don Manuel cuando iba a visitarle al sanatorio, pero alguna vez el estudiante Fernando tenía que ir a llevarla el recibo a un bar restaurante de su propiedad, cuando era atendido, según le decía alguna joven camarera, por Madame Gigi. Muchos años más tarde, ella no pudo seguir ayudando a don Manuel Quiroga, que fue recogido entonces por sus familiares en Pontevedra, muriendo dos años más tarde sin los cuidados de Villa Josefina.
ÍNDICE
Nombre Página
Título . . . . . . . . 1
Prólogo . . . . . . . 2
Lola Flores . . . . . . 3
Los dos Enriques . . . . . 5
Doña Josefina . . . . . . 8
Mr. Tutton . . . . . . . 9
Palomo Linares . . . . . 14
Manolo Escobar . . . . . 16
Don Manuel Quiroga . . . .
Benjamín Palencia¡ . . . . .
Pedro Caba
César Navarro
Carol Josefina
Ángel Franco
Ana María Sánchez Yáñez